Frenaron de súbito
todas las cadencias del alma
en un suspiro vacío
en un silencio fallido
Es verdura
y la nuez en tu piel
el consumismo
Tuesday, August 26, 2014
Wednesday, April 30, 2014
La vuelta
Cava la bala
se convirtió en un verso común
cava la balacava en una que lava
se convirtió en una abominación.
Cuenta los coros que cantan la bala cava
penetrando la piel quemando la sal
quemando la sal que llora la piel
los coros cuentan las balas que cavan
Cavilan dentro de sí las armas
arman la bala que cava dentro
quemando la bala que más que un arma
es una bala que llora, cavila
En la hora de la hora
y el minuto del minuto
en nombre del lugar común
y del cliché
y del estilo fallido
Así sea.
Thursday, January 2, 2014
Práctica
Sintecho se sentó en su jardín, habló con flores como si hablara con un cerdo. Sin embargo, las cualidades ficticias de flores no eran muy avanzadas por lo que se encontró con la necesidad de acudir a un cerdo real. El cerdo real llegó con su corona de tocino (en otra época lo hubieran conocido como un Vlad el empalador porcino) y su bastón de costillas (aquí sobra decir de qué).
A medianoche Meg Carter se despertó en un abrir y cerrar de ojos, jugó un poco con la oscuridad, viscosa, probablemente debióse al enfado de la luna que no acudió al diluido nocturno que hubiera facilitado en otras épocas la actividad matutina sin sol de la señorita Carter.
Cuando el reloj contó exactamente las 11 horas, Sintecho y Carter se encontraron puntualmente en la biblioteca de la facultad deportiva local. Un hecho sin precedentes había tenido lugar en este mismo instante y en aquel también. Un ejemplar muy fino de Sermones de la Vírgen estaba explicándose a sí mismo entre toda una multitud cómo es que su autor, el doctor don José Patricio Fernández de Uribe, nunca encontró una medida exacta de retórica para sus páginas.
Fue entonces, y sólo después de un escrutinio sin límite, que ambos leyeron con algo de risa, pena y curiosidad lo que estaba escrito en la portada:
A medianoche Meg Carter se despertó en un abrir y cerrar de ojos, jugó un poco con la oscuridad, viscosa, probablemente debióse al enfado de la luna que no acudió al diluido nocturno que hubiera facilitado en otras épocas la actividad matutina sin sol de la señorita Carter.
Cuando el reloj contó exactamente las 11 horas, Sintecho y Carter se encontraron puntualmente en la biblioteca de la facultad deportiva local. Un hecho sin precedentes había tenido lugar en este mismo instante y en aquel también. Un ejemplar muy fino de Sermones de la Vírgen estaba explicándose a sí mismo entre toda una multitud cómo es que su autor, el doctor don José Patricio Fernández de Uribe, nunca encontró una medida exacta de retórica para sus páginas.
Fue entonces, y sólo después de un escrutinio sin límite, que ambos leyeron con algo de risa, pena y curiosidad lo que estaba escrito en la portada:
Canónigo penitenciario que fue de la iglesia catedral de
MÉGICO.
Tomo II
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