A medianoche Meg Carter se despertó en un abrir y cerrar de ojos, jugó un poco con la oscuridad, viscosa, probablemente debióse al enfado de la luna que no acudió al diluido nocturno que hubiera facilitado en otras épocas la actividad matutina sin sol de la señorita Carter.
Cuando el reloj contó exactamente las 11 horas, Sintecho y Carter se encontraron puntualmente en la biblioteca de la facultad deportiva local. Un hecho sin precedentes había tenido lugar en este mismo instante y en aquel también. Un ejemplar muy fino de Sermones de la Vírgen estaba explicándose a sí mismo entre toda una multitud cómo es que su autor, el doctor don José Patricio Fernández de Uribe, nunca encontró una medida exacta de retórica para sus páginas.
Fue entonces, y sólo después de un escrutinio sin límite, que ambos leyeron con algo de risa, pena y curiosidad lo que estaba escrito en la portada:
Canónigo penitenciario que fue de la iglesia catedral de
MÉGICO.
Tomo II