Él la amaba, era
más que una simple musa para él… no podía ser que estuviera terminando todo tan
humana y tan sarcásticamente, así, frustrado entre días grises y alcobas
mugrientas, fue recordando con gran solemnidad día a día todos los momentos
inevitables pero memorables de su relación. Fumaba pero sabía que sólo comenzó
a fumar porque ella a veces lo hacía. Miró a las estrellas y las estrellas
danzaban como si intentasen animarlo, pero su mente seguía viviendo en un reino
donde la moneda es la nostalgia y las lágrimas son el pan de cada día. Claro
que él no lloraba y por eso murió de hambre, de rencor y de recuerdo.
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